martes, 14 de diciembre de 2010

Desde las alturas

Los Ángeles de Jorge Marín

Photo sin Tésis 1

Serenata

Y al final del túnel, ... la muerte

La muerte entre nosotros

Con el sol en las manos

Las alegres comadres

Soledad

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El amor no es para cobardes

El amor no es para cobardes, el amor es para locos incurables, para sádicos y masoquistas, para osados que no le temen al dolor ni al sufrimiento, para insatisfechos que buscan día a día obtener más.

El amor no es para cobardes, el amor es para viajeros sin destino, para navegantes que se dejan llevar por la marea, para sabios que no temen a la flama de la vela.

El amor no es para cobardes, el amor es para soñadores que no temen despertar, es para los vivos que no temen a la muerte, es para los arriesgados que apuestan todo por ganar.


17 de septiembre de 2010 / 10:57 p.m.

Profanadores

Ustedes que llegan y se van, los culpo.
Ustedes que profanan mi vida y mis sueños.
Ustedes que profanan mi vientre, mis pensamientos.
Los culpo.
Ojala no estuvieran aquí adentro.
Ojala se quedaran lejos.
Ustedes que profanan mis deseos y cambian mis pasos.
Los culpo.
Déjenme cerrada, déjenme pura e inmaculada.
No me profanen con sus dulces palabras, no me digan mentiras.
Ustedes que profanan mi cama y mis sábanas.
Ustedes que se llevan un trozo de mi alma en cada beso robado.
Los culpo.

18 de julio de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

Tortitas de plátano

Hey, estoy muy feliz por que logré hacer ayer mis tortitas de plátano, ahi les va la receta.

Ingredientes

3 plátanos machos
un poco de aceite
una rebanada de queso manchego
2 litros de agua
como 4 cucharadas de harina integral
aceite el necesario

Preparación

1. Ponga los plátanos a cocer en una olla con los dos litros de agua, no les quite la cáscara.
2. Cuando estén cocidos, sáquelos de la olla, y póngalos a enfriar.
3. Ya templaditos, quíteles la cáscara, y macháquelos hasta hacer un pure, agregue la harina.
4. Está es la mejor parte, meta las manotas, ámase y haga una pasta homógenea.
5. Ponga la sartén al fuego con un poco de aceite (yo cocino light así que olvide los litros de aceite)
6. Haga una bolita de la pasta, en un huequito ponga un trocito de queso (si suena díficil pero no lo es, créame). Cierre la bolita, y aplástela un poco.
7. Pónga a freir las tortitas en el aceite caliente.
8. Cuando ya estén doraditas, sáquelas y póngalas en una servilleta para quitar el exceso de aceite.

Nota: No lleva ni sal, ni pimienta ni azúcar ni nada, el plátano solito le da un sabor excelente.

Nota 2: Alcanza para 8 tortitas medianonas eh.

Enjoy ...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Mojarra empapelada

Ingredientes

Una mojarrita limpia, sin cabeza, ni aletas, ni cola, ni escamas, ni agallas, ni nada raro.
Sal de grano
Pimienta
Dos chiles anchos secos
Dos dientes de ajo
Dos limones
Papel aluminio
Aceite de oliva


Preparación

1. Limpie bien la mojarrita.
2. Pique los dientes de ajo.
3. Limpie los chiles anchos, desvénelos y de ser posible desflémelos. Corte los chiles en tiras.
4. Abra la mojarrita por la mitad con un corte transversal longitudinal (¡ay wey!). Rellene la mojarrita con el ajo picado y las tiras de chiles.
5. Corte un trozo de papel aluminio de buen tamaño, coloque a la mojarra en el aluminio, agregue sal, pimienta, el jugo de los limones y un poco de aceite de oliva.
6. Envuelva la mojarra con el papel aluminio y colóquela en un sartén a fuego medio o bien puede ponerla en el horno a una temperatura moderada, cocine alrededor de 20 minutos, de vuelta a la mojarra a los 10 minutos.
7. Retire del fuego y abra el envoltorio de aluminio con mucho cuidado, no se nos vaya a quemar por favor.

Consejo culinario:
Si quiere volver a hacer la receta, la verdad, mejor consígase un pez que no tenga tantas pinches espinas como una mojarra, es una lata estárselas quitando después, ...enjoy.

Pechuga de pollo al pesto

Ingredientes

Una pechuga de pollo aplanada
Sal
Pimienta
Hojas frescas de albahaca
Dos dientes de ajo
Media taza de aceite de oliva


Preparación


1. El paso número uno es muy importante, consígase un procesador de alimentos o sino de una vez ni se ilusione con hacer el platillo, ya que yo lo hice con una maldita licuadora y salió un soberano desmadre.
2. Si ya tiene su procesador de alimentos podemos proseguir.
3. En el procesador coloque las hojas de albahaca, el aceite de oliva y el ajo, mezcle hasta que salga una pasta verde homogénea, si le falta aceite póngale más.
4. Marine la pechuga con el pesto.
5. Ponga una sartén a fuego lento y coloque la pechuga para cocinarla por ambos lados, agregue sal y pimienta.
6. Cuando la pechuga esté doradita, retírela del fuego.

Sugerencia de acompañamiento: Puede acompañar su pechuga al pesto con una ensalada verde y tofú (eso haré yo).

Nota: En caso de que le sobre pesto, refrigérelo ya que lo puede utilizar en la semanita para preparar una deliciosa pasta (las mil y un recetas de pasta que tengo, las pondré en otra ocasión)

jueves, 12 de agosto de 2010

RECETARIO BRUJIL El comienzo ...

Debido a que muchas personas me han pedido que comparta algunas de mis recetas de cocina, me he dado a la tarea de abrir este nuevo apartado en mi blog, se llama “Recetario Brujil”, y se llama así, pues por que no será un recetario normal ni convencional, primero que nada es bueno que ustedes sepan que no soy una Chef profesional ni mucho menos, soy más bien una persona normal que cocina comida normal.

Aunque el blog en un inicio tenía un propósito más literario, dónde yo plasmo mis sentimientos a través de la poesía, pues le voy a hacer una canchita a mis recetas de cocina, finalmente son parte de mi vida y además un recetario normalmente viene en el formato de un libro, así que no se pierde la esencia.

Considero importante comenzar con un breve relato de cómo fue que me comenzó a interesar la cocina y lo que es para mí actualmente cocinar.

Cuando era pequeña me encantaba comer en casa de mi abuela, tenía un sazón único (aunque creo que eso decimos todos de nuestras abuelas), en fin, de ella aprendí a adorar la cocina, hacía unos charales con nopales en salsa de jitomate que no tenían mother, bueno hasta la comida del Oso (el perro de la casa) le quedaba de rechupete; posteriormente cuando tenía yo como unos 11 años mi Mamá enfermo gravemente de los nervios y de la presión, fue ahí cuando mi Papá comenzó a cocinar para nosotras (mi Mamá, mis hermanas y yo) y debido a la situación pues él me tuvo que enseñar a cocinar. Posteriormente ya más grandecita y gracias a los programas de cocina por TV aprendí algunas recetas. Mencionaré algunos de mis mecenas: Chepina Peralta (si, aunque usted lo dude), Paulino Cruz, Mónica Patiño, Donatto De Santis, Anthony Bourdain, y bueno todos los que han salido en el canal de Gourmet y en el canal 11 del IPN, etc.

Soy una persona que recorta las recetas de cocina de las revistas de belleza, que puede leer un libro completo de recetas de cocina internacional, y que se emociona hasta la médula cada que llega el mes de noviembre por que es su oportunidad de preparar dulce de calabaza.

La cocina es para mí una manera de desestresarme, es mi terapia, y me fascina cocinar para los que amo, me gusta compartir esa parte de mí con las demás personas, es algo íntimo y muy satisfactorio y espero que al escribir estas recetas pueda ayudar a alguien a salir del apuro de ¿qué voy a hacer de comer hoy?

Habiendo ya plasmado mis antecedentes culinarios, los dejo con las primeras recetas de este blog.

Nota importante: No pondré muchas veces cantidades exactas, por que recuerde que esto lo hago por feeling.

Rollo de pollo relleno de queso crema en salsa de queso con chipotle
.

Ingredientes

Una pechuga de pollo aplanada
Dos cucharadas de queso crema (normalmente compro Philadelphia, pero está vez compre uno de Svelty)
Sal
Pimienta
Hojas secas de albahaca
Media taza de leche (yo uso deslactosada por que la otra me cae mal a la pancita)
100 ml de crema alpura (¿o hay de otra?)
Dos cucharadas de mantequilla o margarina (ahí si lo que usted prefiera o tenga a la mano)
Ingrediente secreto: Un sobrecito de polvo de queso con chipotle para hacer dip de Tostitos


Preparación

1. Quítele el plástico a la pechuga de pollo, coloque en el centro el queso crema, ponga sal, pimienta y las hojas de albahaca en toda la pechuga.
2. Enrrolle la pechuga procurando que quede cubierto todo el queso.
3. En una sartén grande ponga las dos cucharadas de mantequilla o margarina ya quedamos que eso es cosa suya y ponga el rollo de la pechuga.
4. Préndale a la estufa, eso es muy importante.
5. La pechuga se comenzará a sellar (término mamucas que utilizan los Chefs para decir que se está dorando la carne), déle vuelta de vez en cuando para que quede parejita.
6. Aparte ponga en una licuadora la leche, la crema y el ingrediente secreto. Abusado lea las instrucciones del sobrecito del dip de queso y no le vaya a poner todo el contenido, sólo la mitad más o menos.
7. Cuando la pechuga ya esté doradita y bien cocida (recuerde que el pollo crudo puede matarlo de tifoidea), vacíe la mezcla de la licuadora en la sartén.
8. Tape y cocine a fuego lento (ese paso nunca falta en las recetas de cocina ¿qué no?)
9. Cuando ya se haya reducido la mezcla a la mitad más o menos y haya espesado, aparte del fuego, apague la lumbre.
10. Sirva y disfrute de su maravillosa comida o cena.

Nota: Ésta receta es para una persona, si desea hacerla para más pues multiplique ingredientes y cantidades y asunto resuelto.





Crema de Brócoli


Ingredientes

Una pieza de brócoli de tamaño mediano.
Sal
Pimienta
Consomé de Pollo en polvo
Una taza de leche (acuérdese que yo uso deslactosada, pero usted póngale de la que quiera)
100 ml de crema alpura


Preparación

1. Ponga el brócoli a cocer en una olla con agua, cuando ya esté cocido, escurra y aparte.
2. En la licuadora ponga todos los ingredientes, incluyendo el brócoli (no se le vaya a olvidar por favor).
3. Licue, licue, licue,.... siga licuando, hasta que yo le diga.
4. Bien, listo, pare de licuar. Sirva en una olla la crema y cocine a fuego medio.
5. Cuando ya esté hirviendo apague y sirva en unas tacitas para crema.
6. Por favor espere hasta que se enfríe un poco, hágame caso, yo me acabo de quemar la lengua por no esperar y comerla inmediatamente.

Nota: Ésta receta es tan fácil que hasta el fantoche del Chef Oropeza puede hacerla, le alcanza para dos personas, acuérdese que el brócoli es rico en fibra y dicen que sirve para fortalecer las glándulas mamarias, yo no sé, eso dicen.

Consejo de cocina:
Siempre que pueda chupe las cucharas o cucharones con los que está sirviendo o revolviendo lo que cocina, es un placer prohibido y por lo tanto es casi casi un pecado. ¡Hágalo ahora y me platica después!

jueves, 29 de abril de 2010

Sombra fiel (26 de abril de 2010)

Amigo, te llamaré así el día de hoy
Compañero tal vez de mis infortunios,
Testigo fiel de mis desvelos,
Celador de mis sueños y mis deseos.

Amigo, te llamaré así está noche,
Cuando las aves comiencen a cantar, sé que te irás,
Desperecerás en el mismo momento que desaparezca la luna.
Me dejaras triste y sola,… tal y como me hallaste ayer.

Amigo, si te vas, llévate mi silencio,
Llévate mi memoria y mis restos de felicidad.
Amigo, lleva contigo mi alegría y una que otra de mis lágrimas.
Pero por favor, déjame mi sombra,
que sólo ella me hará falta en el momento que tu cruces la puerta.

Ausencia (26 de abril de 2010)

Mis poros sufren tu ausencia,
Mis manos tercas buscan tu calor
Mis pies fríos tiemblan por no sentirte cerca,
Hay veces que odio las noches como ésta.

Mis labios se van secando al buscar los tuyos
Mis ojos sueñan que te están mirando,
Me engaño al creer que llamarás está noche.
Mis pensamientos no hacen otra cosa que llamarte por tu nombre.

Pero creo haber dicho ya que odio las noches como ésta.

lunes, 22 de febrero de 2010

El Príncipe Feliz (Oscar Wilde)

En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.

Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columnita.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.

La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.

Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.

Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.

Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.

Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.

Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.

Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.

Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata.

Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.

Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña.

y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños.

Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.

Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

- ¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.

Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.

Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?

Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que la coraza de plomo se habla partido

en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.

Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho,

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles,

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

En brazos de la fiebre

Parece el título de una canción de los Héroes del Silencio, y de hecho lo es, pero también se ha convertido en un pasaje importante dentro de mi historia.

Miraba mis brazos y mi cuerpo reclamando el abandono, le reproche por qué no me respondes, y no me contestó.
Sentía como me dolían pero ya no eran parte de mi, mis brazos, mi cabeza, mi corazón, todo se alejaba, todo se iba de mí.

De repente me veía desmembrada, girando en un solo pie, sobre una cajita musical, vestida como toda una bailarina, no veía nada más estaba oscuro, sólo mis brazos, mi cabeza y mi corazón, desprenderse de mi cuerpo.

La música que se escuchaba era "The Drugs don`t work" de The Verve .... sólo eso envolvía mi soledad.

De repente aparecía una persona, parecía un príncipe, nunca le vi la cara, seguro no era algo real.

Le decía que tenía que armarme, ir juntando mis piezas a mi cuerpo al ritmo de la canción, en eso se volvió más rápido mi girar y cambio radicalmente mi alucinación por una que si se hizo real.

jueves, 21 de enero de 2010

El hombre delgado que no flaqueará jamás

Me tarde un poco en poner está reseña que me parece maravillosa, escrita por mi adoradísimo Xisamel, espero les guste.

Enrique, el bunburysta firme y secreto

La esencia del romanticismo es la incertidumbre.
Oscar Wilde


Aquí, ante el fugitivo de siempre, hemos caminado con su música y no es suficiente. Aquí, damos testimonio de lo que sabe hacer el aragonés errante. Hemos aplaudido los ejercicios del volatinero y hemos gozado de sus actos de prestidigitador, de artista circense, que ante nosotros ha ejecutado sus números imposibles. Desde sus versos enrarecidos en la época del Radical Sonora y con los sonidos clandestinos del huracán ambulante nos ha invitado a subirnos al ring y hemos peleado, a un par de asaltos, apostando juntos por el rock&roll.

Aquí, que nadie es un huésped fijo, hemos compartido veladas en una mesa de lujo en el Pequeño Cabaret Ambulante para después irnos de Viaje a Ninguna Parte con el pretexto de llegar a cosechar Días Extraños en el Tiempo de las Cerezas. Y lo hicimos porque fuimos iniciados en el Bushido, ese es nuestro código de honor.

Cierto, no es fácil hablar del pasado y es un poco más complicado del porvenir; sin embargo somos capaces de reconocer que nos hemos atrevido a meter los dedos en el alto voltaje, no obstante haber sido advertidos de no hacerlo. Sabemos muy bien que gozamos navegar contra la corriente porque formamos parte de una generación espontánea y sentimos una simpatía natural y espontánea hacia las cosas extraordinarias.

¿Hasta dónde hemos llegado con el explorador solitario sin brújula y sin mapa? Pues bien, henos aquí en el universo western del Hellville de Luxe. Aquí, en este claro no creerás nunca lo que se dice por allí. Aquí, donde es necesario estar dispuesto a todo siempre queda espacio para nuevas libertades. Aquí, donde el fin es el comienzo, donde ya nadie te espera, donde no sabes si sales o si entras, donde las flechas nunca dan en el centro del blanco de la diana. Aquí, las horas se derriten, los minutos de las manos se van. Aquí, podrás utilizar una creencia popular, un refrán, un tostón filosofal, un buen pretexto para poder lanzar tu alma arrojadiza contra el resto de la humanidad. Aquí, la poesía no nos estorba.

Al final de cuentas, somos nosotros los alciónicos quienes habitamos este lugar y cambiaremos el curso de su historia con paciencia y humor. ¿Nos salvaremos juntos en este lugar romántico que lo es por ser trágico y melancólico? Este es el trato: que la suerte nunca nos falte en la incertidumbre.

Por José Ismael Juárez Miranda